VERÓNICA PALMIERI (1974)
Artista plástica, ilustradora y diseñadora. Desde sus inicios, Verónica se ha nutrido de diversas vivencias artísticas y de un pensamiento simbólico generalmente ligado a la religión. Ingresó en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón impulsada por la necesidad de experimentar la pintura y el arte de forma intuitiva, sin tener necesariamente una conciencia definida del “ser” artista. Se dejó llevar a lo largo de sus estudios, permitiéndose descubrir y explorar
En su último año en la Escuela de Bellas Artes, comenzó a ilustrar, y fue la ilustración de moda la que le permitió vivir de su oficio y explorar la vida fuera de su país. Viajó a Londres, expandiendo sus horizontes creativos y personales. “La ilustración me enseñó a tener disciplina. Fue mi gran escuela de dibujo”, recuerda Verónica. Tal fue su dedicación que cumplía siempre con las entregas a tiempo, y esa rigurosidad la preparó para volver a lo que le venía escapando: la pintura.
En un viaje a Argentina en 2003, conoció a quien sería su esposo, Palo Pandolfo y con quien compartió una vida alimentada por el arte en todas sus expresiones, hasta que falleció repentinamente en 2021.
En 2004, Verónica regresó definitivamente a Argentina y comenzó a construir un cuerpo de obra basado en la pintura. A finales de ese año, nació su hija Francesca, y con el tiempo que disponía para estar en casa, se sumergió en la búsqueda de imágenes que le permitieran expresar todo aquello que no podía decir con palabras. Así, fue asegurándose en el camino de la pintura.
Como parte de su formación en el 2008 asistió a los encuentros de análisis de obra coordinados por Silvia Gurfein y Valeria Maculán, y al año siguiente le otorgaron la Beca de Perfeccionamiento para artistas jóvenes del Fondo Nacional de las Artes.
El año 2010 está marcado por el nacimiento de su segundo hijo, Vito; la realización de su primera muestra individual en la galería Bisagra Arte Contemporáneo llamada Vigilia y ha asistido al taller El teatro de la obra de Silvia Gurfein. En este contexto deja su trabajo como ilustradora para enfocarse a la pintura en su máxima expresión.
A lo largo de estos últimos años realizó muestras individuales en nuestro país en la Galería Elsi del Río (2015), en el Museo Histórico de Ituzaingó (2016), Bonito Hotel (2017) y en México con la Galería Machete (2021).
Verónica Palmieri vive y trabaja actualmente en Buenos Aires, manteniendo su foco creativo en su obra pictórica y en la creación de universos simbólicos y de ensueño.
Desde temprana edad articulo el pensamiento de manera simbólica. En un principio fascinada por el simbolismo religioso donde como una enorme contradicción el mensaje no se nos presenta de manera literal sino que se transmite mediante metáforas que expresadas en símbolos actúan como una flecha directo al entendimiento del espíritu. Así comenzaron a convivir de manera sincrética símbolos universales provenientes del hermetismo y otros propios agrupados sin un orden jerárquico, esta vez no al servicio de la búsqueda de un Dios lejano – a quien siempre encontré en la naturaleza – sino en el intento de acercarme a la humanidad. Es la naturaleza humana y su dualidad lo que me ocupa, mis esfuerzos consisten en reunirme con esa parte que permanece oculta, que subyace y que se manifiesta desde la intuición, los sueños, los síntomas, etc.
Encontré en la pintura el medio donde pude fusionar la adoración por las imágenes con el relato simbólico, lo oculto y lo secreto. Una práctica ritualística donde las imágenes se van develando en un proceso lento que no puede apurarse, no solo por la materialidad del óleo sino porque dependen de otro tiempo, de un tiempo que no nos pertenece. Veladura tras veladura las imágenes van abriéndose paso a la superficie, una pintura trae a la siguiente, como si no pudiese existir la una sin la otra. Las concibo como fotogramas de una película sin principio ni fin y puedo entender la existencia a través de ellas, en ese universo se produce un desdoblamiento y soy al mismo tiempo observadora y protagonista. Algunas pinturas toman la forma de talismanes, otras de ofrendas, de deseos y otras de protectores, pero sin duda contienen toda mi fe en la vida y sus ciclos.
Otro eje central son los vínculos y los espacios que habitamos, donde somos vulnerables, estamos desarmados y a veces el peligro acecha detrás de cada muro. Los eventos que ocurren en la intimidad no tienen más mas testigos que los animales con los que convivimos y que guardan celosamente nuestros secretos. La casa y la soledad como espacios conquistados, el sitio donde las mujeres históricamente fuimos invisibilizadas cobra una dimensión diferente al ser el escenario propicio para viajar a todos los mundos; internos, externos, imaginarios y no tanto.
Intento hacer una obra con mis propios recursos de principio a fin, el armado y montaje es casi siempre cosido a mano… es un amor por lo pequeño, por lo posible. La costura es la herramienta que me dieron mi madre y mi abuela y al igual que lo religioso tiene como fin la unión de lo que esta naturalmente separado y me pregunto si parte de la vida conciente no es reunir y aceptar todas nuestras partes, sin dejar de lado las que son mas incomodas. Un sinfín de puntadas y nudos que esconden una intención, una plegaria que se repite de manera mántrica como las cuentas de un rosario.
Así resultan unas imágenes intimistas, de una paleta sin sobresaltos que nos hablan en una voz muy baja, piden cercanía y generan la ilusión de que si uno se acerca lo suficiente tal vez se revele algún secreto que no tiene más intención que permanecer oculto en el universo simbólico y en el mejor de los casos sirva como un consuelo, una caricia o una invitación.
Vistas de sala “Supertierra” en Tramo

Serie Diccionario de Símbolos




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