La historiadora del arte estadounidense, Linda Nochlin pensó el fragmento corporal como una metáfora de la modernidad. Según Nochlin, el quiebre de la unidad corporal que emergió hacia el fin del siglo XIX, es un signo de la dinámica desintegradora de la vida moderna con efectos en la vida social, psicológica y en la propia definición del ser como tal.[1]

Transcurrido practicamente un siglo de ese momento de Höch,analizado por Nochlin, interesa reflexionar lo que ocurre en el presente con la fragmentación del cuerpo en la obra de Romano. ¿Qué nos dice del mundo de hoy, ya alejado del impulso de-contructivista e irónico que animó el espíritu Dadá de Hoch?

¿Qué implica la fragmentación de los cuerpos en el presente y qué de su condición actual se desliza en el despliegue espacial que organiza nuestra artista?. Su escena nos incluye, nos convoca y no como meros espectadores. Nuestros cuerpos son parte insoslayable de esta escena; como si al deslizarnos en ella impulsados por la curiosidad, nos vieramos envueltos en la representación de una comedia, un drama, o una coreografía que no llegamos a ensayar. Los haces de luces que suelen seguir los movimientos protagónicos en el escenario nos encuentran desprevenidos al correrse el telón y una suerte de performance tácita nos implica sin que hayamos sido debidamente advertidos. Subitamente nos sentimos como esos niños que padecen la poesía que les toca recitar en su primera fiesta escolar.

Entonces, los cuerpos en fragmentos, que permanecían  expectantes desde nuestra irrupción en la escena, salen a nuestro encuentro y nos rescatan del imprevisto. Al fin son ellos los auténticos protagonistas de un guión en el que la artista asignó roles puntuales en un diseño coreogáfico.

Uno podría imaginar una y mil complicidades de esta naturaleza con cada espectador que ingresa al espacio escénico que compone la obra de Verónica Romano. En él cada pieza funciona como soporte de fantasías diversas en un ámbito habilitado ya para la música, la danza o el teatro pero que, sin embargo, se nos presenta inmóvil, suspendido como vita fermata in un instante,ese género pictórico largamente extraviado en el pasado que nos pone ante a la fugacidad del tiempo imposible de apresar y tan difícil de enfrentar en el presente. En ese sentido la obra y, en especial la estética de Verónica Romano, trae la cuestión del tiempo y el devenir como tema de meditación significativamente eludido por el  mundo actual.  

Con todo, es imposible apagar los brillos, las luces y los ecos de un sonido ausente.  Así también, cada fragmento corporal conserva deliberadamente esa condición de signo metonímico que nos obliga a adivinar el todo desde la parte. Todas estrategias que apuntan a una escena misteriosa, cargada de magia e ilusiones de una enorme inocencia. Por caso la de una niña aspirante a bailarina junto a la madre que sueña en ella los propios sueños no realizados, tal como Berni la representó en Primeros pasos;[2] una escena que nos remite a los sueños íntimos y colectivos que atraviesan nuestras historias. Sueños que aquí se encuentran  sutilmente aludidos  en un espacio que podría ser también una caja de musica, sin música. Suspendida en un silencio enigmático que nos invita a animarnos con nosotros mismos, con nuestro presente y pasado en un teatro de sombras que nos enfrenta a la propia sombra.

[1] Linda Nochlin The body in pieces Thames and Hudson New York 1994.

[2]  Antonio Berni óleo sobre tela 1936, 200 x 180 cm, colección Museo Nacional de Bellas Artes