Hernán Salamanco

Mirador

From March 16 to October 19, 2020

Curated by Smart Gallery

Text by Juan Gabriel Batalla

¿Qué buscamos mientras observamos una obra de arte?, ¿qué sucede cuando una obra nos cautiva?, ¿es la obra la que nos interpela, la que libera eso que llaman goce en nuestro interior, o es acaso nuestro interior el que interpela a la obra?, ¿por qué hay pinturas que parecen hablarnos, que nos atrapan tras un primer contacto?

En Mirador, la primera muestra individual de Hernán Salamanco tras cinco años, se muestra ese juego de interpelar y ser interpelado a través de sus cuadros.

La obra del artista es un todo y es las partes, es lo deseado y lo inesperado, ya que convive no solo la intención artística, la búsqueda, sino también aquello que sucede, aquello que no estaba planeado y que se presenta. Propone un juego de inmersión estética que puede comenzar en el centro, en lo figurativo, e irse hacia los bordes, hacia eso que llaman fondo, porque allí, en lo que parece anecdótico, se concentra una fuerza que le da a su obra un carácter expansivo. Las obras son lo que vemos y lo que nos sugieren, lo que codificamos. 

Pero no es un juego de luces y sombras platónico, ni tampoco una provocación al orden, porque sus naturalezas nos resultan familiares, nos retrotraen a experiencias vívidas de otras épocas a partir de su aura fantasmagórica, por esa pincelada que parece generar una ilusión reconocible y que, a su vez, es plena en incertidumbre. ¿Qué es lo que miramos cuando observamos un cuadro de Salamanco?, ¿por qué la forma convive en armonía con el fondo y, a su vez, parecen habitar espacios incongruentes?  

Quizá muchas de las respuestas se encuentran en el territorio de los misterioso, que de eso el arte tiene mucho. Quizá las obras no son solo lo que representan o lo que nos representan a partir de sus temas, sino una incitación hacia aquello que creemos conocer, que sabemos conocido, y al mismo tiempo una vertiente caudalosa de inquietudes que nos son ajenas.

El soporte que utiliza el artista plantea una contradicción que no es menor. No son lienzos ni maderas, mucho menos papel de arroz. Sus piezas son realizadas en chapas, en metales que el hombre industrializó como parte de su maquinaria mercantil, carteles de inmobiliaria que, al igual que los mismos hombres que las crean, sufren, cambian, se agrietan, se resquebrajan. Y el propone un regreso a lo salvaje, las reconfigura, las resignifica a partir de uno de los temas eternos del arte: la naturaleza. 

Aquellos carteles metálicos cobran nueva vida, una que parece decir que los elementos no son lo que constituyen la construcción de la mirada, sino aquello que se puede generar a partir de ellos. Sus obras condesan ese cruce conflictivo entre el desarrollo y lo esencial, entre el metal y la naturaleza, corriéndose del eje de lo que se considera como clásico, como preestablecido, desafiando a la mirada y proponiéndole una experiencia absolutamente humana y esencial.

A veces, una obra puede generar un impacto inmediato, en otras necesita asentarse, aunque para eso debamos aceptar nuestra propia incomodidad. Lo que vive en un cuadro es lo que cada uno puede explorar y hasta qué instancia permite dejarse ser explorado. No existe un tiempo determinado para apreciar una obra, eso depende de cada espectador, lo que sí existe es lo que la obra nos propone y en ese sentido, el trabajo de Salamanco busca debilitar la cronología personal a partir de una composición en la que lo conocido y lo enigmático parecen superponerse. Es una apreciación en constante construcción, un desafío a aquello que creemos estar observando. ¿Qué es lo que nos cautiva cuando observamos una obra de arte? Quizá no haya respuestas, o siquiera una que nos conforme como espectadores, y simplemente hay que dejarse llevar. Eso, dejarse llevar. 

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